8.12.08

Para que podáis escribir...

...y quizá renacer...

7.12.08

Leer os hará libros

Una sección de la nueva Literalia TV. Algo que quizás os interese... Para quien recibe (gustosamente) las heridas de las letras...

1.12.08

Sherlockiana

Acabado el estudio sobre Estudio en Escarlata (estoy hoy que me repito), ved pinchando por aquí algo más sobre el universo del detective que gusta a unos (-as) y desagrada a otros (-as). Nos vemos en las (j)aulas... a no ser que cerréis los ojos.

29.11.08

Sobredosis de Cortázar II

Algo que ya conocéis...

¿Y qué tal unos consejillos curiosos?

De parte de Charles Baudelaire: Consejos a los jóvenes literatos. Y a las literatas. Es que... ya sabéis... eran otros tiempos...

Sobredosis de Cortázar

La autopista del sur... No tiene desperdicio.

Espero que os guste.

28.11.08

El deseado Soneto XXIII...

Aquí lo tenéis, por votación popular...


SONETO XXIII

En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende el corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena;

coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre.

Garcilaso de la Vega


24.11.08

Un texto para leer, escribir y reflexionar

TE BUSQUÉ POR LA DUDA

Te busqué por la duda:
no te encontraba nunca.

Me fui a tu encuentro
por el dolor.
Tú no venías por allí.

Me metí en lo más hondo
por ver si, al fin, estabas.
Por la angustia,
desgarradora, hiriéndome.

Tú no surgías nunca de
la herida.
Y nadie me hizo señas
-un jardín o tus labios,
con árboles, con besos-;
nadie me dijo
-por eso te perdí-
que tú ibas por las últimas
terrazas de la risa,
del gozo, de lo cierto.
Que a ti se te encontraba
en las cimas del beso
sin duda y sin mañana.
En el vértice puro
de la alegría alta,
multiplicando júbilos
por júbilos, por risas,
por placeres.
Apuntando en el aire
las cifras fabulosas,
sin peso, de tu dicha.

Pedro Salinas.

22.11.08

Literatura = Rebelión

Para quien esté de acuerdo con el título de esta entrada, nada mejor que leer la entrevista que os presento: haced clic en la palabra POESÍA. Y ya me diréis.

Bien, de acuerdo: próximamente, el Soneto XXIII de Garcilaso en exclusiva emergiendo por aquí. A petición del público de las (j)aulas. Y algún que otro más de propina.

Carpe diem.

19.11.08

Un hermoooso poema de amor...

Soneto a tus vísceras

Harto ya de alabar tu piel dorada,
tus externas y muchas perfecciones,
canto al jardín azul de tus pulmones
y a tu tráquea elegante y anillada.

Canto a tu masa intestinal rosada,
al bazo, al páncreas y a los epiplones,
al doble filtro gris de tus riñones
y a tu matriz profunda y renovada.

Canto al tuétano dulce de tus huesos,
a la linfa que embebe tus tejidos,
al acre olor orgánico que exhalas.

Quiero gastar tus vísceras a besos,
vivir dentro de ti con mis sentidos...
Yo soy un sapo negro con dos alas.

Baldomero Fernández Moreno.


(Porque quizás a veces no hay bastante con nieve, rosa y azucenas... Véase el Soneto XXIII de Garcilaso de la Vega.)

12.11.08

Hagamos un trato



He aquí el poema en que se basa la canción, o la letra de la canción en que se basa el poema... Bien, qué más da. Es cosa sana leer un poema a la semana. Así que escucharlo y leerlo... Ya me diréis.

Compañera usted sabe
puede contar conmigo
no hasta dos o hasta diez
sino contar conmigo.

Si alguna vez advierte
que a los ojos la miro
y una veta de amor
reconoce en los míos
no alerte sus fusiles
ni piense que deliro

a pesar de esa veta
de amor desprevenido
usted sabe que puede
contar conmigo.

Pero hagamos un trato
nada definitivo
yo quisiera contar
con usted es tan lindo
saber que usted existe
uno se siente vivo.

Quiero decir contar
hasta dos, hasta cinco
no ya para que acuda
presurosa en mi auxilio

sino para saber
y así quedar tranquilo
que usted sabe que puede
contar conmigo.


Mario Benedetti.

11.11.08

Oda a la vida retirada

¡Qué descansada vida
la del que huye el mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;


que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado!


No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.


¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?


¡Oh monte, oh fuente, oh río!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!,
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.


Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza, o el dinero.


Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.


Vivir quiero conmigo;
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.


Del monte en la ladera,
por mi mano plantado, tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.


Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.


Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.


El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.


Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.


La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería
y la mar enriquecen a porfía.


A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla
de fino oro labrada,
sea de quien la mar no teme airada.


Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
con sed insaciable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.


A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado
del plectro sabiamente meneado.


Fray Luis de León.



(Bien, aquí la tenéis. A ver quién se atreve a memorizarla.)

10.11.08

Aunque aún estamos en noviembre... (nueva consigna)

He aquí un poema de Luis García Montero para quienes quieran escribir. Sentid el frío, sentid el hecho de "ser diciembre". Sentid... Y (que nadie me lea, huy) no penséis demasiado, jejeje.


Canción 19 horas

¿Quién habla del amor? Yo tengo frío
y quiero ser diciembre.
Quiero llegar a un bosque apenas sensitivo,
hasta la maquinaria del corazón sin saldo.
Yo quiero ser diciembre.
Dormir
en la noche sin vida,
en la vida sin sueños,
en los tranquilizados sueños que desembocan
al río del olvido.
Hay ciudades que son fotografías
nocturnas de ciudades.
Yo quiero ser diciembre.
Para vivir al norte de un amor sucedido,
bajo el beso sin labios de hace ya mucho tiempo,
yo quiero ser diciembre.
Como el cadáver blanco de los ríos,
como los minerales del invierno,
yo quiero ser diciembre.

6.11.08

WEBQUEST SOBRE LOS GÉNEROS LITERARIOS

Para todos los alumnos de 2º de ESO A, B, y C, aquí está la webquest prometida y obligada a contestar. Para acceder a ella, pinchad aquí. Una vez en la página, debéis buscar "Los Géneros literarios" Marisa Llovera, en el listado central de últimas Webquest publicadas. Suerte y a trabajar.

5.11.08

La noche boca arriba

He aquí una adaptación en vídeo del cuento homónimo de Cortázar. A ver qué os parece.

1.11.08

Sé amable

siempre nos piden
que entendamos el punto de vista
de los otros
sin importar si es
anticuado
necio
asqueroso.


a uno le piden
que entienda
amablemente
todos los errores de los otros
sus vidas desperdiciadas
sobre todo si son
de edad avanzada.


pero su edad es lo único
en lo que nos fijamos.
han envejecido
mal
porque han vivido
sin enfoque,
se han negado
a ver.
¿que no es culpa suya?

¿culpa de quién?

¿mía?

se me pide que oculte
mi opinión
ante ellos
por miedo a su
miedo.

la edad no es un crimen

pero la vergüenza
de una vida
deliberadamente
desperdiciada

entre tantas
vidas
deliberadamente
desperdiciadas


sí lo es.



Charles Bukowski



(Nota 1: no hay faltas de ortografía en este texto por lo que se refiere a la puntuación y mayúsculas; Bukowski lo escribió así.)

(Nota 2: he aquí una consigna de escritura; podéis reflexionar a partir de estos versos y crear algo propio con el mismo título.)

27.10.08

Un momento para los romances...

... bien, no es que vayamos a hablar de amor (o sí, quién sabe), pero ésta es una entrada dirigida a la gente de Bachillerato en particular y a personas interesadas en general. Ved los siguientes enlaces sobre el Romancero:
Espero que os resulten útiles.

26.10.08

Sinestesias II

Una operación elemental de nuestro cerebro, aunque sutil... Ved aquí otro ejemplo, que quizá os parezca menos abstracto, pero que es igualmente digno de reflexión: sonido-ritmo + movimiento humano. Algo que nos resulta familiar.

(Lástima que no podamos representar sabores y tactos por vía audiovisual)

22.10.08

Sinestesias I

Sinestesia: o cómo mezclar sensaciones que provienen de sentidos diferentes. He aquí un ejemplo. Espero que os guste.

14.10.08

Materiales por un tubo... ¿o por un "tuvo"?

Mirad el siguiente blog. Me parece que nos acompañará durante laaargo tieeempooo:
http://yotube-suerte.blogspot.com/

6.10.08

Ay, qué haríamos sin él...

Una dosis más de El Sobrino del Diablo... aparecen cuestiones sintácticas, literarias... Sobran los minutos finales (un poco de "publi"), pero creo que el comentario lo vale... Ah, perdonadme los/las fans de La Quinta Estación... aunque creo que yo también quiero más a mi perro... huy, perdón.

Bien, próximamente volveremos a cambiar de registro.

1.10.08

Se... están... acercando...

Los momentos de pensar-no pensar... de convertir la mano que escribe en pájaro que vuela... de reír, no reír, quejarse porque no se entiende no se quiere entender... llorar, quizá, por un momento, de robar rosas por las avenidas de los minutos, de salir a buscar el sol convertido en naranja durante cuarenta días... Se están acercando... los días literarios.

29.9.08

Travieseando...

... un verbo que no existe, pero que se ajusta bien a lo que se puede hacer con la poesía: travesuras. Rebuscad en el siguiente enlace, según os apetezca, y a lo mejor encontráis un texto que os diga algo, que podamos comentar en clase, que podáis susurrar a alguien... un texto para reescribir, para dinamitar, para jugar, para traviesear. Jajajajajaja...

25.9.08

Invitación

A quien sienta que a veces algo le explota por dentro... a quien desee volar... a quien quiera levantarse con una sonrisa... a quien haya llorado... a quien pase de todo... a quien pretenda hacer revoluciones en un metro cuadrado de tristeza o de añoranza o de alegría o de indiferencia... A quien no haya desayunado... a quien tenga sueño... a quien no crea en nada... a quien crea en lo imposible... a quien tenga ganas de ser lo que no es, o de ser lo que ya es, a quien quiera lo que tiene, a quien quiera lo que no tiene, a quien no quiera... le invito a Escrivivir. Caminad hacia atrás, releed la antigua entrada en el Mundo de este Blog, encontrad el texto que teje la tela con la que podéis vestir vuestras palabras... Salid de la jaula. Pasad al otro lado. Dejaos centellear. Aunque sea de noche. Aunque sea de día.

17.9.08

Sonrisas y (j)aulas

... Pues sí, ya estamos aquí de nuevo... Que nadie se deprima pensando en la libertad de las vacaciones. Sabed que en las (j)aulas (cómo me gusta escribir así el nombre de los lugares en donde pensamos/nos evadimos) también se puede volar: sólo depende de si se tienen ganas o no de vivir el momento presente, que es el único que en verdad tenemos al alcance de nuestras manos. Así que... volvamos a disfrutar de días finlandeses. Sigamos hablando. Os doy la bienvenida desde aquí, una parte más de vuestra casa. Nos iremos viendo.


17.6.08

Buscaba una canción y me perdí...

Para ti, para nosotros... Antes de darles vacaciones a las Musas...

16.6.08

Necesitamos...

Un largo día finlandés

de Bernardo Atxaga


Necesito un día finlandés,
necesito un largo día finlandés,
tan largo como 40 días corrientes.

Quiero un largo día finlandés
para seguir hablando contigo;
tus palabras me ayudan mucho.

Te comenté algo del paraíso
y tú me dijiste, ten cuidado con el paraíso
el infierno puede estar allí.

¿Es posible cambiar de vida?
¿Cuántas veces se puede empezar de cero?
Tú eres mi amiga, te quiero.

El cielo de Finlandia siempre es azul
y en verano el sol parece una naranja,
y la luna lo mismo, otra naranja.

Quiero un largo día finlandés
con dos naranjas en el cielo,
quiero seguir hablando contigo.



P.D.: Dedicado a todos aquellos y todas aquellas que han vivido el poema. Cambiad la palabra "amiga" por "amigo" según convenga en cada caso.

11.6.08

Tejiendo su red


Los fractales, esas estructuras autorreplicantes infinitas que se multiplican en un ámbito limitado, finito, van tejiendo una red de fascinación que atrapan por igual a matemáticos, informáticos y artistas. Existe incluso una literatura llamada fractal, de la que quizá podamos hablar en otro momento, en otro momento, en otro momento... Mientras pensáis cómo es posible la existencia de tales extrañezas y maravillas os invito a que visitéis la siguiente web:


Allí encontraréis cómo un congreso de matemáticas resulta ser el origen de imágenes tan sugerentes como la que os adjunto. A lo mejor os interesáis por el mundo fractal tanto como yo... El siguiente paso sería escribir, recrear, calcular, contemplar... la poesía que contienen los fenómenos matemáticos.

10.6.08

Un eterno relato...


La Biblioteca de Babel


de Jorge Luis Borges

El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo corolario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice «Oh tiempo tus pirámides». Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables MCV no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podía influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales, inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los «tesoros» que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total; ruego a los dioses ignorados que un hombre - ¡uno solo, aunque sea, hace miles de años! - lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de «la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira». Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula «Trueno peinado», y otro «El calambre de yeso» y otro «Axaxaxas mlo». Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres dhcmrlchtdj que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos, y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana - la única - está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.



28.5.08

Al margen de consignas...

Para quienes seguís escribiendo y ya, porque tenéis una vida propia en palabras, no os cuadran a veces las consignas...

Para quienes estáis en perpetuo estado de estupefacción...

Para quienes trazar letras (de colores, negras o grises como nubarrones) ya se ha convertido en un vicio difícil de dejar...

Para quienes, en fin, ya sabéis en propia carne, en propio cerebro, en propia mano, que algo arde en vuestro interior que pugna por salir (porque si no os ahogáis)...


Aquí tenéis un espacio propio para que dejéis vuestros textos, más textos, escritos o no en clase, robados a vuestras horas y por lo tanto horas invertidas en ser, en vivir de verdad. Felices y frágiles a la vez, como somos los seres humanos. Sed bienvenidos. Sed bienvenidas.

14.5.08

Nueva consigna de "Escrivivir"

¿Qué te atraviesa el cuerpo? ¿La lluvia, el desamor, la confianza, la felicidad, el amor, la incertidumbre? Sí, somos sólidos, pero inestables, ya sabes. Así que... lee las páginas once y doce del manual, y escribe a partir de la consigna En este momento... Puedes hablar sobre la soledad, la risa, el caos, los amigos, la familia, el hueco de las horas, los pensamientos que arrancas como flores cada minuto de tu vida... Sobre cualquier cosa que te esté sucediendo. Regálate este instante.

4.5.08

Las cosas que lees

¿Dónde pones todas las cosas que lees?

de Alberto Nessi.


-¿Dónde pones todas las cosas que lees?-
me preguntas tras el aguacero
mientras el cielo se enciende de relámpagos
tardíos. Azul cobalto con ceniza. Yo estoy sentado
como un hindú, espío desde el diván. ¿Dónde las pongo?
Unas pocas terminan en los escombros
cada último jueves de mes pasa el camión
y se lleva las alfombras falsas
los sillones agrietados, los juguetes cojos.
Unas pocas se enredan en los hilos, otras se las
lleva el viento, las entierra en la arena.
Quedan las cosas que no dejan en paz
las cosas que cortan, que hieren
las que cavan galerías
las cosas que gorjean y relucen
las cosas vivas
las cosas.


Alberto Nessi nació en Mendrisio, Suiza, en 1940. Poeta, narrador, profesor. Estudió Letras en la Universidad de Friburgo. La mayor parte de sus obras han sido traducidas al alemán y francés. Sus principales publicaciones son sus poemarios: I giorni feriali, l969; Ai margini, l975; Rasoterra, l983; Il colore della malva, l992; Blu cobalto con cenere, 2000; Iris viola, 2004; Ode di gennaio, 2005. También ha publicado los libros de prosa: Terra matta, 1984; Rabbia di vento (Textos y testimonios sobre la suiza italiana), l986; Tutti discendono, l989; Fiori d’ombra, 1997; La Lirica, 1998; Blu cobalto con cenere, Bellinzona, Casagrande, 2000; Iris Viola , Faloppio, Lietocolle, 2004; Ode di gennaio , Viganello, Alla chiara fonte, 2005.

3.5.08

De paseos y poetas...

En el siguiente enlace encontraréis material interesante sobre la Generación del 27. No os lo perdáis.

24.4.08

De (j)aulas, dragones y rosas...

Gracias... a todas aquellas personas que ayer formaron parte de la fiesta. A quienes colaboraron de una u otra manera, la promovieron, la reivindicaron por activa o por pasiva... A pesar del dragón que cada cual tuvo que matar por dentro, a pesar del sol y del viento... Creo que ayer, todas y todos fuimos Sant Jordi.

19.4.08

Entre bit y bit, algo de poesía...

Windows 98

de Mario Benedetti

Antes del fax del modem y el e-mail
la vergüenza era sólo artesanal
la mecha se encendía con un fósforo
y uno escribía cartas como bulas


antes los besos iban a tu boca
hoy obedecen a una tecla send
mi corazón se acurruca en su software
y el mouse sale a buscar el disparate

cuando me enamoraba de una venus
mis sentimientos no eran informáticos
pero ahora debo pedir permiso
hasta para escribir con el news gothic

te urjo amor que cambies de formato
prefiero recibirte en times new roman
mas nada es comparable a aquel desnudo
que era tu signo en tiempos de la remington.


Sobre el autor:
Benedetti, Mario: Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay, 14 de septiembre de 1920.
http://www.cervantesvirtual.com/bib_autor/mbenedetti/obra.shtml

13.4.08

Nuevo (y hambriento) blog

Ya está aquí, ya está aquí... Recién salidito del horno, el blog en el que podréis escribir vuestras recomendaciones sobre libros. Hasta que tengamos el enlace directo, aquí tenéis la dirección:





Aunque el sitio está pensado para la gente de tercero y cuarto de ESO, cualquiera que desee recomendar libros (no sólo "literarios": valen también los ensayos de divulgación científica y otras probaturas mentales) puede hacerlo, como comentarista o como autor/-a. En este último caso, necesitaréis la invitación correspondiente para que podáis colgar (ajjjj, qué palabra) entradas.


Hasta pronto. Buen provecho.

12.4.08

Esquemas, esquemas

¡Hola, gente de tercero y cuarto! Aquí os dejo esta entrada para que quien quiera presentar sus esquemas de literatura y gramática vía blog pueda hacerlo. El sistema sería colgarlo en Google.docs y dejar el enlace en vuestro comentario. Ánimo y a ello.

27.3.08

Nueva consigna de "Escrivivir": vuestros propios materiales

Cualquier cosa vale: lo que tenéis en el estuche, encima de vuestra mesa, en la nevera de casa, lo que veis en el espejo cuando os miráis... La gente, el ruido de los otros, el silencio que guardáis... Haced una recopilación de vuestros propios materiales (una lista revisitable puede servir) y escribid algo que realmente os apetezca (visitad la página número 10 del proyecto). Jugad a escribir.

Los hombres en el Arte

Para comparar, disfrutar y deducir...

16.3.08

Las mujeres en el Arte

Inspirador para todos y todas...

7.3.08

La canción más hermosa del mundo...

... según Sabina. Una muestra de imágenes, sonido y palabras que desbrozan cosas que encontramos por nuestras selvas (del mundo).

Un concurso que a lo mejor os interesa...

http://www.casaasia.es/documentos/20080122_marcopolo_cast.pdf

1.3.08

Poesía y matemáticas


Una relación que ha dado muchos frutos... Incluso cubos...














26.2.08

Actividades TIC del segundo trimestre

Hola, gente de tercero (y también de cuarto, ¿eh?). Aquí os dejo esta entrada para que podáis introducir, a modo de comentario, las actividades TIC del segundo trimestre. Sí, sí, ya sé que tenéis muuuuuuuucho trabajo (?), pero no está de más hacer otro esfuercito... Ya sabéis que es voluntario, y que la voluntad se "premia".

17.2.08

Jazz y Literatura

Para empezar bien la semana... y disfrutarla.

14.2.08

Para los que estéis desocupados...

Un texto escrito por Julio Cortázar con motivo del Año Internacional del Libro (1972). Impagable.



La prosa del observatorio



Esa hora que puede llegar alguna vez fuera de toda hora, agujero en la red del tiempo, esa manera de estar entre, no por encima o detrás sino entre, esa hora orificio a la que se accede al socaire de las otras horas, de la incontable vida con sus horas de frente y de lado, su tiempo para cada cosa, sus cosas en el preciso tiempo, estar en una pieza de hotel o de un andén, estar mirando una vitrina, un perro, acaso teniéndote en los brazos, amor de siesta o duermevela, entreviendo en esa mancha clara la puerta que se abre a la terraza, en una ráfaga verde la blusa que te quitaste para darme la leve sal que tiembla en tus senos, y sin aviso, sin innecesarias advertencias de pasaje, en un café del barrio latino o en la última secuencia de una película de Pabst, un arrimo a lo que ya no se ordena como dios manda, acceso entre dos ocupaciones instaladas en el nicho de sus horas, en la colmena día, así o de otra manera (en la ducha, en plena calle, en una sonata, en un telegrama) tocar con algo que no se apoya en los sentidos esa brecha en la sucesión, y tan así, tan resbalando, las anguilas, por ejemplo, la región de los sargazos, las anguilas y también las máquinas de mármol, la noche de Jai Singh bebiendo un flujo de estrellas, los observatorios bajo la luna de Jaipur y de Delhi, la negra cinta de las migraciones, las anguilas en plena calle o en la platea de un teatro, dándose para el que las sigue desde las máquinas de mármol, ese que ya no mira el reloj en la noche de París; tan simplemente anillo de Moebius y de anguila y de máquinas de mármol, esto que fluye ya en una palabra desatinada, desarrimada, que busca por sí misma, que también se pone en marcha desde sargazos de tiempo y semánticas aleatorias, la migración de un verbo: discurso, decurso, las anguilas atlánticas y las palabras anguilas, los relámpagos de mármol de las máquinas de Jai Singh, el que mira los astros y las anguilas, el anillo de Moebius circulando en sí mismo, en el océano, en Jaipur, cumpliéndose otra vez sin otras veces, siendo como lo es el mármol, como lo es la anguila: comprenderás que nada de eso puede decirse desde aceras o sillas o tablados de la ciudad; comprenderás que sólo así, cediéndose anguila o mármol, dejándose anillo, entonces ya no se está entre los sargazos, ..hay decurso, eso pasa: intentarlo, como ellas en la noche atlántica, como el que busca las mensuras estelares, no para saber, no para nada; algo como un golpe de ala, un descorrerse, un quejido de amor y entonces ya, entonces tal vez, entonces por eso sí.
Desde luego inevitable metáfora, anguila o estrella, desde luego perchas de la imagen, desde luego ficción, ergo tranquilidad en bibliotecas y butacas; como quieras, no hay otra manera aquí de ser un sultán de Jaipur, un banco de anguilas, un hombre que levanta la cara hacia lo abierto en la noche pelirroja. Ah, pero no ceder al reclamo de esa inteligencia habituada a otros envites: entrarle a palabras, a saco de vómito de estrellas o de anguilas; que lo dicho sea, la lenta curva de las máquinas de mármol o la cinta negra hirviente nocturna al asalto de los estuarios, y que no sea por solamente dicho, que eso que fluye o converge o busca sea lo que es -y no lo que se dice: perra aristotélica, que lo binario que te afila los colmillos sepa de alguna manera su innecesidad cuando otra esclusa empieza a abrirse en mármol y en peces, cuando Jai Singh con un cristal entre los dedos es ese pescador que extrae de la red, estremecida de dientes y de rabia, una anguila que es una estrella que es una anguila que es una estrella que es una anguila.
Así la galaxia negra corre en la noche como la otra dorada allá arriba en la noche corre inmóvilmente: para que buscar más nombres, más ciclos cuando hay estrellas, hay anguilas que nacen en las profundidades atlánticas y empiezan, porque de alguna manera hay que empezar a seguirlas, a crecer, larvas translúcidas notando entre dos aguas, anfiteatro hialino de medusas y plancton, bocas que resbalan en una succión interminable, los cuerpos ligados en la ya serpiente multiforme que alguna noche cuya hora nadie puede saber ascenderá leviatán, surgirá kraken inofensivo y pavoroso para iniciar la migración a ras de océano mientras la otra galaxia desnuda su bisutería para el marino de guardia que a través del gollete de una botella de ron o de cerveza entreve su indiferente monotonía y maldice a cada trago un destino de singladuras, un salario de hambre, una mujer que estará haciendo el amor con algún otro en los puertos de la vida.
Es así: Johannes Schmidt, danés, supo que en las terrazas de un Elsinor moviente, entre los 22 y los 30 grados de latitud norte y entre los 48 y los 65 de longitud oeste, el recurrente súcubo del mar de los sargazos era más que él fantasma de un rey envenenado y que allí, inseminada al término de un ciclo de lentas mutaciones, las anguilas que tantos años vivieron al borde de los filos del agua vuelven a sumergirse en la tiniebla de cuatrocientos metros de profundidad, ocultas por medio kilómetro de lenta espesura silenciosa ponen sus huevos y se disuelven en una muerte por millones de millones, moléculas del plancton que ya las primeras larvas sorben en la palpitación de la vida incorruptible. Nadie puede ver esa última danza de muerte y de renacimiento de la galaxia negra, instrumentos guiados desde lejos habrán dado a Schmidt un acceso precario a esa matriz del océano, pero Pitón ya ha nacido, las larvas diminutas y aceitadas, «Anguilla anguilla», perforan lentamente el muro verde, un caleidoscopio gigantesco las combina entre cristales y medusas y bruscas sombras de escualos o cetáceos. Y también ellas entrarán en una lengua muerta, se llamarán leptocéfalos, ya es primavera en las espaldas del océano y la pulsión estacional ha despertado en lo más hondo el enderezarse de las miriadas microscópicas, su ascenso hacia aguas más tibias y más azules, el arribo al fabuloso nivel desde donde la serpiente va a lanzarse hacia nosotros, va a venir con billones de ojos dientes lomos colas bocas, inconcebible por demasiado, absurda por cómo, por por qué, pobre Schmidt.
Todo se responde, pensaron con un siglo de intervalo Jai Singh y Baudelaire, desde el mirador de la más alta torre del observatorio el sultán debió buscar el sistema, la red cifrada que le diera las claves del contacto. Cómo hubiera podido ignorar que el animal Tierra se asfixiaría en una lenta inmovilidad si no estuviera desde siempre en el pulmón de acero astral, la tracción sigilosa de la luna y del sol atrayendo y rechazando el pecho verde de las aguas. Inspirado, expirado por una potencia ajena, por la gracia de un vaivén que desde resortes fuera de toda imaginación se vuelve mensurable y como al alcance de una torre de mármol y unos ojos de insomnio, el océano alienta y dilata sus alvéolos, pone en marcha su sangre renovada que rompe rabiosa en los farallones, dibuja sus espirales de materia fusiforme, concentra y dispersa los oleajes, las anguilas, ríos en el mar, venas en el pulmón índigo, las corrientes profundas batallan por el frío o por el calor, a cincuenta metros de la superficie los leptocéfalos son embarcados por el vehículo hialino, durante más de tres años surcarán la tubería de precisos calibres térmicos, treinta y seis meses la serpiente de incontables ojos resbalará bajo las quillas y las espumas hasta las costas europeas. Cada signo de mensura en las rampas de mármol de Jaipur recibió (recibe siempre, ya para nadie, para monos y turistas) los signos morse, el alfabeto sideral que en otra dimensión de lo sensible se vuelve plancton, viento alisio, naufragio del petrolero californiano «Norman» (8 de mayo de 1957), eclosión de los cerezos de Naga o de Sivergues, lavas del Osomo, anguilas llegando a puerto, leptocéfalos que después de alcanzar ocho centímetros en tres años no sabrán que su ingreso en aguas más dulces acciona algún mecanismo de la tiroides, ignorarán que ya empiezan a llamarse angulas, que nuevas palabras tranquilizadoras acompañan el asalto de la serpiente a los arrecifes, el avance a los estuarios, la incontenible invasión de los ríos; todo eso que no tiene nombre se llama ya de tantas maneras, como Jai Singh permutaba destellos por fórmulas, órbitas insondables por concebibles tiempos.
«Marzo e pazzo», dice el proverbio italiano; «en abril, aguas mil», agrega la sentencia española. De locura y de aguas mil está hecho el asalto a los ríos y a los torrentes, en marzo y en abril millones de angulas ritmadas por el doble instinto de la oscuridad y la lejanía aguardan la noche para encauzar el pitón de agua dulce, la columna flexible que se desliza en la tiniebla de los estuarios, tendiendo a lo largo de kilómetros una lenta cintura desceñida; imposible prever dónde, a qué alta hora la informe cabeza toda ojos y bocas y cabellos abrirá el deslizamiento río arriba, pero los últimos corales han sido salvados, el agua dulce lucha contra una desfloración implacable que la toma entre légamos y espumas, las angulas vibrantes contra la corriente se sueldan en su fuerza común, en su ciega voluntad de subir, ya nada las detendrá, ni ríos ni hombres ni esclusas ni cascadas, las múltiples serpientes al asalto de los ríos europeos dejarán miriadas de cadáveres en cada obstáculo, se segmentarán y retorcerán en las redes y los meandros, yacerán de día en un sopor profundo, invisibles para otros ojos, y cada noche reharán el hirviente tenso cable negro y como guiadas por una fórmula de estrellas, que Jai Singh pudo medir con cintas de mármol y compases de bronce, se desplazarán hacia las fuentes fluviales, buscando en incontables etapas un arribo del que nada saben, del que nada pueden esperar; su fuerza no nace de ellas, su razón palpita en otras madejas de energía que el sultán consultó a su manera, desde presagios y esperanzas y el pavor primordial de la bóveda llena de ojos y de pulsos.
El profesor Maurice Fontaine, de la Academia de Ciencias de Francia, piensa que el imán del agua dulce que desesperadamente atrae a las angulas obligándolas a suicidarse por millones en las esclusas y las redes para que el resto pase y llegue, nace de una reacción de su sistema neurendocrino frente al adelgazamiento y a la deshidratación que acompaña la metamórfosis de los leptocéfalos en angulas. Bella es la ciencia, dulces las palabras que siguen el decurso de las angulas y nos explican su saga, bellas y dulces e hipnóticas como las terrazas plateadas de Jaipur donde un astrónomo manejó en su día un vocabulario igualmente bello y dulce para conjurar lo innominable y verterlo en pergaminos tranquilizadores, herencia para la especie, lección de escuela, barbitúrico de insomnios esenciales, y llega el día en que las angulas se han adentrado en lo más hondo de su cópula hidrográfica, espermatozoides planetarios ya en el huevo de las altas lagunas, de los estanques donde sueñan y se reposan los ríos y los tortuosos falos de la noche vital se acalman, se acaman, las columnas negras pierden su flexible erección de avance y búsqueda, los individuos nacen a sí mismos, se separan de la serpiente común, tantean por su cuenta y riesgo los peligrosos bordes de las pozas, de la vida; empieza, sin que nadie pueda conocer la hora, el tiempo de la anguila amarilla, la juventud de la raza en su territorio conquistado, el agua al fin amiga ciñendo sin combate los cuerpos que reposan.
Y crecen. Durante dieciocho años, plácidas en sus huecos, en sus nichos, aletargadas en el limo, rozándose en una lenta ceremonia para nadie, salpicando el aire con un aletazo y un cabrilleo, devorando incesantes los jugos de la profundidad, repitiendo durante dieciocho años el deslizamiento solapado que las lleva en una fracción de segundo, durante dieciocho años, al fragmento comestible, a la materia orgánica en suspensión, solitarias soñolientas o violentamente concertadas para despedazar una presa y rechazarse en un frenético desbande, las anguilas crecen y cambian de color, la pubertad las asalta como un latigazo y las transforma cromáticamente, el mimético amarillo de los légamos cede poco a poco al mercurio, en algún momento la anguila plateada prismará el primer sol del día con un rápido giro de su espalda, el agua turbia de los fondos deja entrever los espejos fusiformes que se replican y desdoblan en una lenta danza: ha llegado la hora en que cesarán de comer, prontas para el ciclo final, la anguila plateada espera inmóvil la llamada de algo que la señorita Callamand considera, al igual que el profesor Fontaine, un fenómeno de interacción neuroendocrina: de pronto, de noche, al mismo tiempo, todo río es río abajo, de toda fuente hay que huir, tensas aletas rasgan furiosamente el filo del agua: Nietzsche, Nietzsche.
Primero hay una fase de excitación, una como noticia o santo y seña que alborota: dejar los juncos, las pozas, dejar dieciocho años de hueco entre roca, volver. Alguna remota ecuación química guarda la memoria velada de los orígenes, una constelación ondulante de sargazos, la sal en las fauces, el calor atlántico, los monstruos al acecho, las medusas teléfono o paracaídas, el guante atontado del octopus. Retomar al fragor silencioso de las corrientes submarinas, sus venas sin escape; también el cielo es así en las noches despejadas cuando las estrellas se amalgaman en una misma presión, conjuradas y hostiles, negándose al recuento, a las nomenclaturas, oponiendo una aterciopelada inalcanzabilidad a la lente que las circunda y abstrae, metiéndose de a diez, de a cien en un mismo campo visual, obligando a Jai Singh a bañarse los párpados con el bálsamo que su médico extrae de hierbas enraizadas en los mitos del cielo, en los crueles, alegres juegos de las deidades hartas de inmortalidad.
Después, según estima la señorita Callamand, sigue una fase de desmineralización, las anguilas se vuelven amorfas, se abandonan a las corrientes, el verano se acaba, las hojas secas flotan con ellas río abajo, a veces una metralla de lluvia las alcanza y despierta, las anguilas resbalan con el río, se protegen de la lluvia y el perfil amenazante de las nubes, desmineralizadas y amorfas ceden a la imperceptible pendiente que las acerca a los estuarios y a la avidez de quienes esperan en las curvas del río, el hombre está ahí, codicioso de la anguila plateada, la mejor de las anguilas, atrapando sin lucha las anguilas desmineralizadas y amorfas abandonadas a la corriente, sin reflejos, basadas en el número, en que nada importa si el pescador las atrapa y las devora innúmeras pues muchas más pasarán lejos de redes y anzuelos, llegarán a las desembocaduras, despertarán a la sal, a los golpes de un oleaje que también golpea en una oscura memoria recurrente; es el otoño, las pescas milagrosas, las cestas repletas de anguilas que tardan en morir porque sus estrechas branquias guardan una reserva de agua, de vida, y duran, horas y horas se retuercen en las cestas, todos los peces están muertos y ellas siguen una salvaje batalla con la asfixia, hay que despedazarlas, hundirlas en el aceite hirviendo, y las viejas en los puertos mueven la cabeza y las miran y rememoran una oscura sapiencia, los bestiarios remotos donde anguilas astutas salen del agua e invaden los huertos y los vergeles (son las palabras que se emplean en los bestiarios) para cazar caracoles y gusanos, para comerse los guisantes de los huertos como dice la enciclopedia Espasa que sabe tanto sobre las anguilas. Y es verdad que si un río se agosta, si aguas arriba una represa o una cascada les veda la carrera hacia las fuentes, las jóvenes anguilas saltan fuera del cauce y franquean el obstáculo sin morir, resistiendo el ahogo, resbalando obstinadas por el musgo y los helechos; pero ahora las que bajan están desmineralizadas y amorfas, se dejan pescar y sólo tienen fuerzas para luchar contra una muerte que no han evitado, que las tortura delicadamente durante horas como si se vengara de las otras, de las que siguen río abajo en multitudes incontables, buscando los corales y la sal del regreso.

De Jai Singh se presume que hizo construir los observatorios con el elegante desencanto de una decadencia que nada podía esperar ya de las conquistas militares, ni siquiera tal vez de los serrallos donde sus mayores habían preferido un cielo de estrellas tibias en un tiempo de aromas y de músicas; serrallo del alto aire, un espacio inconquistable tendía el deseo del sultán en el límite de las rampas de mármol; sus noches de pavorreales blancos y de lejanas llamaradas en las aldeas, su mirada y sus máquinas organizando el frío caos violeta y verde y tigre: medir, computar, entender, ser parte, entrar, morir menos pobre, oponerse pecho a pecho a esa incomprensibilidad tachonada, arrancarle un jirón de clave, hundirle en el peor de los casos la flecha de la hipótesis, la anticipación del eclipse, reunir en un puño mental las riendas de esa multitud de caballos centelleantes y hostiles. También la señorita Callamand y el profesor Fontaine ahíncan las teorías de nombres y de fases, embalsaman las anguilas en una nomenclatura, una genética, un proceso neurendocrino, del amarillo al plateado, de los estanques a los estuarios, y las estrellas huyen de los ojos de Jai Singh como las anguilas de las palabras de la ciencia, hay ese momento prodigioso en que desaparecen para siempre, en que más allá de la desembocadura de los ríos nada ni nadie, red o parámetro o bioquímica pueden alcanzar eso que vuelve a su origen sin que se sepa cómo, eso que es otra vez la serpiente atlántica, inmensa cinta plateada con bocas de agudos dientes y ojos vigilantes, deslizándose en lo hondo, no ya movida pasivamente por una corriente, hija de una voluntad para la que no se conocen palabras de este lado del delirio, retornando al útero inicial, a los sargazos donde las hembras inseminadas buscarán otra vez la profundidad para desovar, para incorporarse a la tiniebla y morir en lo más hondo del vientre de leyendas y pavores. ¿Por qué, se pregunta la señorita Callamand, un retomo que condenará a las larvas a reiniciar el interminable remonte hacia los ríos europeos? Pero qué sentido puede tener ese por qué cuando lo que se busca en la respuesta no es más que cegar un agujero, poner la tapa a una olla escandalosa que hierve y hierve para nadie? Anguilas, sultán, estrellas, profesor de la Academia de Ciencias: de otra manera, desde otro punto de partida, hacia otra cosa hay que emplumar y lanzar la flecha de la pregunta.
Las máquinas de mármol, un helado erotismo en la noche de Jaipur, coagulación de luz en el recinto que guardan los hombres de Jai Singh, mercurio de rampas y hélices, grumos de luna entre tensores y placas de bronce; pero el hombre ahí, el inversor, el que da vuelta las suertes, el volatinero de la realidad: contra lo petrificado de una matemática ancestral, contra los husos de la altura destilando sus hebras para una inteligencia cómplice, telaraña de telarañas, un sultán herido de diferencia yergue su voluntad enamorada, desafía un cielo que una vez más propone las cartas transmisibles, entabla una lenta, interminable cópula con un cielo que exige obediencia y orden y que él violará noche tras noche en cada lecho de piedra, el frío vuelto brasa, la postura canónica desdeñada por caricias que desnudan de otra manera los ritmos de la luz en el mármol, que ciñen esas formas donde se deposita el tiempo de los astros y las alzan a sexo, a pezón y a murmullo. Erotismo de Jai Singh al término de una raza y una historia, rampas de los observatorios donde las vastas curvas de senos y de muslos ceden sus derroteros de delicia a una mirada que posee por transgresión y reto y que salta a lo innominable desde sus catapultas de tembloroso silencio mineral. Como en las pinturas de Remedios Varo, como en las noches más altas de Novalis, los engranajes inmóviles de la piedra agazapada esperan la materia astral para molerla en una operación de caliente halconeria. Jaulas de luz, gineceo de estrellas poseídas una a una, desnudadas por un álgebra de aceitadas falanges, por una alquimia de húmedas rodillas, desquite maniático y cadencioso de un Endirnión que vuelve las suertes y lanza contra Selene una red de espasmos de mármol, un enjambre de parámetros que la desceñirán hasta entregarla a ese amante que la espera en lo más alto del laberinto matemático, hombre de piel de cielo, sultán de estremecidas favoritas que se rinden desde una interminable lluvia de abejas de medianoche.
De la misma manera, señorita Callamand, algo que el diccionario llama anguila está esperando acaso la serpiente simétrica de un deseo diferente, el asalto desmesurado de otra cosa que la neuroendocrinología para alzarse de las aguas primordiales, desnudar su cintura de milenios de sargazos y darse a un encuentro que jamás sospecharía Johannes Schmidt. Sabemos de sobra que el profesor Fontaine preguntará por la finalidad de semejante búsqueda, a la hora en que uno de sus ayudantes cumple la delicada tarea de fijar un minúsculo emisor de radiaciones en el cuerpo de una anguila plateada, devolverla al océano y seguir así la pista de un itinerario mal cartografiado. Pero no hablamos de buscar, señorita Callamand, no se trata de satisfacciones mentales ni de someter a otra vuelta de tuerca una naturaleza todavía mal colonizada. Aquí se pregunta por el hombre aunque se hable de anguilas y de estrellas; algo que viene de la música, del combate amoroso y de los ritmos estacionales, algo que la analogía tantea en la esponja, en el pulmón y el sístole, balbucea sin vocabulario tabulable una dirección hacia otro entendimiento. Por lo demás, ¿cómo no respetar las valiosas actividades de la señora M. L. Bauchot, por ejemplo, que brega por la más correcta identificación de las larvas de los diferentes peces ápodos (anguilas, congrios, etc.)? Solamente que antes y después está lo abierto, lo que el águila estúpidamente alcanza a ver, lo que el negro río de las anguilas dibuja en la masa elemental atlántica, abierto a otro sentido que a su vez nos abre, águilas y anguilas de la gran metáfora quemante. (Y como por casualidad descubrir que sólo una consonante diferencia esos dos nombres; y decirse una vez más que la casualidad, esa palabra tranquilizadora, ese otro umbral de la apertura...).
Así yo -una vez más el Occidente odioso, la obstinada partícula que subtiende todos sus discursos- quisiera asomar a un campo de contacto que el sistema que ha hecho de mí esto que soy niega entre vociferaciones y teoremas. Digamos entonces ese yo que es siempre alguno de nosotros, desde la inevitable plaza fuerte saltemos muralla abajo: no es tan difícil perder la razón, los celadores de la torre no se darán demasiada cuenta, qué saben de anguilas o de esas interminables teorías de peldaños que Jai Singh escalaba en una lenta caída hacia el cielo; porque el no estaba de parte de los astros como algún poeta de nuestras tierras sureñas, no se aliaba a la señora M. L. Bauchot para la más correcta identificación de los congrios o de las magnitudes estelares. Sin otra prueba que las máquinas de mármol sé que Jai Singh estaba con nosotros, del lado de la anguila trazando su ideograma planetario en la tiniebla que desconsuela a la ciencia de mesados cabellos, a la señorita Callamand que cuenta y cuenta el paso de los leptocéfalos y marca cada unidad con una meritoria lágrima cibernética. Así en el centro de la tortuga índica, vano y olvidable déspota, Jai Singh asciende los peldaños de mármol y hace frente al huracán de los astros; algo más fuerte que sus lanceros y más sutil que sus eunucos lo urge en lo hondo de la noche a interrogar el cielo como quien sume la cara en un hormiguero de metódica rabia: maldito si le importa la respuesta, Jai Singh quiere ser eso que pregunta, Jai Singh sabe que la sed que se sacia con el agua volverá a atormentarlo, Jai Singh sabe que solamente siendo el agua dejará de tener sed.
Así, profesor Fontaine, no es de difuso panteismo que hablamos, ni de disolución en el misterio: los astros son mensurables, las rampas de Jaipur guardan todavía la huella de los buriles matemáticos, jaulas de abstracción y entendimiento. Lo que rechazo mientras usted me llena de informaciones sobre el decurso de los leptocéfalos es la sórdida paradoja de un empobrecimiento correlativo con la multiplicación de bibliotecas, microfilms y ediciones de bolsillo, una culturización a lo jíbaro, señorita Callamand. Que Dama Ciencia en su jardín pasee, cante y borde, bella es su figura y necesaria su rueca teleguiada y su laúd electrónico, no somos los beocios del siglo, un brontosaurio bien muerto está. Pero entonces se sale a vagar de noche, como sin duda también tantos servidores de Dama Ciencia, y si se vive de veras, si la noche y la respiración y el pensar enlazan esas mallas que tanta definición separa, puede ocurrir que entremos en los parques de Jaipur o de Delhi, o que en el corazón de Saint Germain des Prés alcancemos a rozar otro posible perfil del hombre; pueden pasarnos cosas irrisorias o terribles, acceder a ciclos que comienzan en la puerta de un café y desembocan en una horca sobre la plaza mayor de Bagdad, o pisar una anguila en la rue du Dragon, o ver de lejos como en un tango a esa mujer que nos llenó la vida de espejos rotos y de nostalgias estructuralistas (ella no terminó de peinarse, ni nosotros nuestra tesis de doctorado); porque no se trata de ahuecar la voz, esas cosas ocurren como los gatos de golpe o el desbordarse de la bañadera mientras atendemos el teléfono, pero solamente les ocurren a los que llevan el gato en el bolsillo, la noche es pelirroja y húmeda, alguien silba bajo un portal, la zona franca empieza; cómo decirlo de otra manera más inteligible, profesor Fontaine, escribirle a la señora M. L. Bauchot,
estimada señora Bauchot,
esta noche he visto el río de las anguilas
he estado en Jaipur y en Delhi
he visto las anguilas en la rue du Dragon en
París,
y mientras cosas así me ocurran (hablo de mi por fuerza, pero estoy hablando de todos los que salen a lo abierto) o mientras me habite la certeza de que pueden ocurrirme,
no todo está perdido porque
señora Bauchot, estimada señora Bauchot, le estoy escribiendo sobre una raza que puebla el planeta y que la ciencia quiere servir, pero mire usted, señora Bauchot, su abuela fajaba a su bebé,
lo volvía una pequeña momia sollozante
porque el bebé quería moverse, jugar, tocarse el sexo, ser feliz con su piel y sus olores y la cosquilla del aire,
y mire hoy, señora Bauchot, ya usted creció más libre, y acaso su bebé desnudo juega ahora mismo sobre el cobertor y el pediatra lo aprueba satisfecho, todo va bien, señora Bauchot, sólo que el bebé sigue siendo el padre de ese adulto que usted y la señorita Callamand definen homo sapiens, y lo que la ciencia le quitó al bebé la misma ciencia lo anuda en ese hombre que lee el diario y compra libros y quiere saber, entonces la enumeración la clasificación de las anguilas
y el fichero de estrellas nebulosas galaxias, vendaje de la ciencia: quieto ahí, veinticuatro, sudoeste, proteína, isótopos marcados. Libre el bebé y fajado el hombre, la pediatra de adultos, Dama Ciencia abre su consultorio, hay que evitar que el hombre se deforme por exceso de sueños, fajarle la visión, manearle el sexo, enseñarle a contar para que todo tenga un número. A la par la moral y la ciencia (no se asombre, señora,
es tan frecuente) y por supuesto
la sociedad que sólo sobrevive
si sus células cumplen el programa. Atentamente la saludo.
Esta carta infundirá en la señora Bauchot la horrenda sospecha de que los brontosaurios saben escribir, por eso una postdata gentil, no me entienda mal, querida señora, qué haríamos sin usted, sin Dama Ciencia, hablo en serio, muy en serio, pero además está lo abierto, la noche pelirroja, las unidades de la desmedida, la calidad de payaso y de volatinero y de sonámbulo del ciudadano medio, el hecho de que nadie lo convencerá de que sus limites precisos son el ritmo de la ciudad más feliz o del campo más amable; la escuela hará lo suyo, y el ejército y los curas, pero eso que yo llamo anguila o Vía láctea pernocta en una memoria racial, en un programa genético que no sospecha el profesor Fontaine, y por eso la revolución en su momento, el arremeter contra lo objetivamente enemigo o abyecto, el manotazo delirante para echar abajo una ciudad podrida, por eso las primeras etapas del reencuentro con el hombre entero. Y sin embargo ahí se emboscan otra vez Dama Ciencia y su séquito, la moral, la ciudad, la sociedad: se ha ganado apenas la piel, la hermosa superficie de la cara y los pechos y los muslos, la revolución es un mar de trigo en el viento, un salto a la garrocha sobre la historia comprada y vendida, pero el hombre que sale a lo abierto empieza a sospechar lo viejo en lo nuevo, se tropieza con los que siguen viendo los fines en los medios, se da cuenta de que en ese punto ciego del ojo del toro humano se agazapa una falsa definición de la especie, que los ídolos perviven bajo otras identidades, trabajo y disciplina, fervor y obediencia, amor legislado, educación para A, B y C, gratuita y obligatoria; debajo, adentro, en la matriz de la noche pelirroja, otra revolución deberá esperar su tiempo como las anguilas bajo los sargazos. Llegar a ella es también serpiente negra de ida; lentos peldaños hacia la plataforma que reta el musgo astral, serpiente plateada de regreso, fecundación, desove y muerte para otra vez serpiente negra, marcha hacia las cabeceras y las fuentes, retorno dialéctico donde se cumple el ritmo cósmico; empleo a sabiendas las palabras más mancilladas por la retórica, de muchas maneras me he ganado el derecho a que brillen aquí como brilla el mercurio de las anguilas y el girasol vertiginoso en las máquinas de Jai Singh. Todavía es tiempo de sargazos, de guerrillas parciales que despejan el monte sin que el combatiente alcance a ver una totalidad de cielo y mar y tierra. En cada árbol de sangre circulan sigilosas las claves de la alianza con lo abierto, pero el hombre da y toma la sangre, bebe y vierte la sangre entre gritos de presente y recidivas de pasado, y pocos sentirán pasar por sus pulsos la llamada de la noche pelirroja; los pocos que se asomen a ella perecerán en tanta picota, con sus pieles se harán lámparas y de sus lenguas se arrancarán confesiones; uno que otro podrá dar testimonio de anguilas y de estrellas, de encuentros fuera de la ley de la ciudad, de arrimo a las encrucijadas donde nacen las sendas tiempo arriba. Pero si el hombre es Acteón acosado por los perros del pasado y los simétricos perros del futuro, pelele deshecho a mordiscones que lucha contra la doble jauría, lacerado y chorreando vida, solo contra un diluvio de colmillos, Acteón sobrevivirá y volverá a la caza hasta el día en que encuentre a Diana y la posea bajo las frondas, le arrebate una virginidad que ya ningún clamor defiende, Diana la historia del hombre relegado y derogado, Diana la historia enemiga con sus perros de tradición y mandamiento, con su espejo de ideas recibidas que proyecta en el futuro los mismos colmillos y las mismas babas, y que el cazador trizará como triza su doncellez despótica para alzarse desnudo y libre y asomarse a lo abierto, al lugar del hombre a la hora de su verdadera revolución de dentro afuera y de fuera adentro. Todavía no hemos aprendido a hacer el amor, a respirar el polen de la vida, a despojar a la muerte de su traje de culpas y de deudas; todavía hay muchas guerras por delante, Acteón, los colmillos volverán a clavarse en tus muslos, en tu sexo, en tu garganta; todavía no hemos hallado el ritmo de la serpiente negra, estamos en la mera piel del mundo y del hombre. Ahí, no lejos, las anguilas laten su inmenso pulso, su planetario giro, todo espera el ingreso en una danza que ninguna Isadora danzó nunca de este lado del mundo, tercer mundo global del hombre sin orillas, chapoteador de historia, víspera de sí mismo.


Que la noche pelirroja nos vea andar de cara al aire, favorecer la aparición de las figuras del sueño y del insomnio, que una mano baje lentamente por espaldas desnudas hasta arrancar ese quejido de amor que viene del fuego y la caverna, primera dulce tregua del miedo de la especie, que por la rue du Dragon, por la Vuelta de Rocha, por King's Road, por la Rampa, por la Schulerstrasse marche ese hombre que no se acepta cotidiano, clasificado obrero o pensador, que no se acepta ni parcela ni víspera ni ingrediente geopolítico, que no quiere el presente revisado que algún partido y alguna bibliografía le prometen como futuro; ese hombre que acaso se hará matar en un frente justo, en una emboscada necesaria, que chacales y babosas torturarán y envilecerán, que jefes alzarán al puesto de confianza, que en tanto rincón del mundo tendrá razón o culpa en el molino de las vísperas; para ése, para tantos como ése, un dibujo de la realidad trepa por las escaleras de Jaipur, ondula sobre sí mismo en el anillo de Moebius de las anguilas, anverso y reverso conciliados, cinta de la concordia en la noche pelirroja de hombres y astros y peces. Imagen de imágenes, salto que deje atrás una ciencia y una política a nivel de caspa, de bandera, de lenguaje, de sexo encadenado, desde lo abierto acabaremos con la prisión del hombre y la injusticia y el enajenamiento y la colonización y los dividendos y Reuter y lo que sigue; no es delirio lo que aquí llamo anguila o estrella, nada más material y dialéctico y tangible que la pura imagen que no se ata a la víspera, que busca más allá para entender mejor, para batirse contra la materia rampante de lo cerrado, de naciones contra naciones y bloques contra bloques. Señora Bauchot, alguna vez Thomas Mann dijo que las cosas andarían mejor si Marx hubiera leído a Holderlin; pero vea usted, señora, yo creo con Lukacs que también hubiera sido necesario que Holderlin leyera a Marx; note usted qué frío es mi delirio aunque le parezca anacrónicamente romántico porque Jai Singh, porque la serpiente de mercurio, porque la noche pelirroja. Salga a la calle, respire aire de hombres que viven y no el de la teoría de los hombres en una sociedad mejor; dígase alguna vez que en la felicidad hay tanto más que una cuota de proteínas o de tiempo libre o de soberanía (pero Holderlin debe leer a Marx, en ningún momento ha de olvidar a Marx, las proteínas son una de tantas facetas de la imagen, vaya si lo son, señora Bauchot, pero entonces la imagen toda, el hombre en su jardín de veras, no un esquema del hombre salvado de la desnutrición o la injusticia). Vea usted, en el parque de Jaipur se alzan las máquinas de un sultán del siglo dieciocho, y cualquier manual científico o guía de turismo las describe como aparatos destinados a la observación de los astros, cosa cierta y evidente y de mármol, pero también hay la imagen del mundo como pudo sentirla Jai Singh, como la siente el que respira lentamente la noche pelirroja donde se desplazan las anguilas; esas máquinas no sólo fueron erigidas para medir derroteros astrales, domesticar tanta distancia insolente; otra cosa debió soñar Jai Singh alzado como un guerrillero de absoluto contra la fatalidad astrológica que guiaba su estirpe, que decidía los nacimientos y las desfloraciones y las guerras; sus máquinas hicieron frente a un destino impuesto desde fuera, al Pentágono de galaxias y constelaciones colonizando al hombre libre, sus artificios de piedra y bronce fueron las ametralladoras de la verdadera ciencia, la gran respuesta de una imagen total frente a la tiranía de planetas y conjunciones y ascendentes; el hombre Jai Singh, pequeño sultán de un vago reino declinante, hizo frente al dragón de tantos ojos, contestó a la fatalidad inhumana con la provocación del mortal al toro cósmico, decidió encauzar la luz astral, atraparla en retortas y hélices y rampas, cortarle las uñas que sangraban a su raza; y todo lo que midió y clasificó y nombró, toda su astronomía en pergaminos iluminados era una astronomía de la imagen, una ciencia de la imagen total, salto de la víspera al presente, del esclavo astrológico al hombre que de pie dialoga con los astros. Tal vez los gobernantes de la avanzada por la que damos todo lo que somos y tenemos, tal vez la señorita Callamand o el profesor Fontaine, tal vez los jefes y los hombres de ciencia acabarán por salir a lo abierto, acceder a la imagen donde todo está esperando; en este mismo instante las jóvenes anguilas llegan a las bocas de los ríos europeos, van a comenzar su asalto fluvial; acaso ya es de noche en Delhi y en Jaipur y las estrellas picotean las rampas del sueño de Jai Singh; los ciclos se fusionan, se responden vertiginosamente; basta entrar en la noche pelirroja aspirar profundamente un aire que es puente y caricia de la vida; habrá que seguir luchando por lo inmediato, compañero, porque Holderlin ha leído a Marx y no lo olvida; pero lo abierto sigue ahí, pulso de astros y anguilas, anillo de Moebius de una figura del mundo donde la conciliación es posible, donde anverso y reverso cesarán de desgarrarse, donde el hombre podrá ocupar su puesto en esa jubilosa danza que alguna vez llamaremos realidad.